CUENTOS DEL PAÍS DE LOS VASCOS I
ISBN 978-84-16791-52-1 ( EUSKERA )
Juan Kruz Igerabide
Elena Odriozola
Los cuentos habitan el mundo y corren de un país a otro, de una lengua a otra, se transforman, se acortan, se alargan, se mezclan con otros cuentos.
Los cuentos habitan los sueños y corren de una mente a otra, se olvidan, se recuerdan, se bañan en las aguas de las emociones y de los sentimientos; germinan, se arraigan en tierras llanas o montañosas; vuelan de un lado a otro por el aire de la imaginación, de la memoria y de la creatividad; arden con el fuego de los deseos y de las palabras.
Los cuentos se pierden en la noche de los tiempos, recorren las épocas, tanto las que recordamos y documentamos como las de condenamos en el foso del olvido.
Son cuentos de las tierras vascas a ambos lados de Pirineo, recogidos por diversos investigadores. Me he basado especialmente en los que José María Satrústegi recogió en Navarra, y José Miguel Barandiarán y José Arratíbel en Gipuzkoa.
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// Reportaje de PAULA ETXEBERRIA
Cinco historias
de la tradición oral que reviven y se actualizan cada vez que una
familia las cuenta a su manera se recogen, para deleite de niños y
mayores, en un libro escrito por Juan Kruz Igerabide con bellas
ilustraciones de la donostiarra Elena Odriozola.
Las historias de la tradición oral son,
como dice el escritor guipuzcoano Juan Kruz Igerabide en el prólogo de
su libro, “cuentos sin fronteras”. “Habitan el mundo y corren de un país
a otro, de una lengua a otra, se transforman, se acortan, se alargan,
se mezclan con otros cuentos”. Y en ese proceso se actualizan de manera
natural, reviven; o mejor aún, se vivifican.
Así ha ocurrido con cuentos de la
tradición oral de la cultura vasca como los cinco que rescata el
libro Cuentos del país de los vascos, editado en castellano y también en
euskera -Euskal Herritako ipuinak- por la editorial navarra Cénlit y su
sello para obras en lengua vasca Denonartean. Ajito/Baratxuri,
Zapaterito/Zapatari txikia, El huevo del pájaro/Txoritxoaren arrautza,
El rey y la sal/Erregea eta gatza y El perro del molinero y el pájaro
cantor/Errotariaren txakurra eta txori kantariason las cinco historias
que reviven en esta bella publicación, enriquecida con maravillosas
ilustraciones de Elena Odriozola.
Juan Kruz Igerabide (Aduna, 1956) ofrece
una relectura de estos cuentos de las tierras vascas a ambos lados del
Pirineo, recogidos por diversos investigadores. Se ha basado
especialmente en los que José María Satrustegi recogió en Nafarroa y
José Miguel de Barandiaran y José Arratibel, en Gipuzkoa. “Son historias
que he utilizado tanto con mis alumnos cuando fui profesor de Primaria
como luego, y sobre todo, en casa. “Se cuentan de diversas maneras,
según las comarcas y las tradiciones familiares. En este libro los
cuento como lo hacemos en casa”, dice Igerabide, quien en este sentido
apunta que las historias no son una transcripción fiel de lo recogido
por los investigadores, sino que “eso ha sido revivido dentro de casa”.
En concreto, ha realizado una labor de “actualización del lenguaje,
intentando que sea vivo, el que yo he utilizado en casa a la hora de
contar estas historias que contaban los abuelos y las abuelas hace cien
años en los caseríos. Yo las he contado tal y como las contaría ahora.
Conservando los símbolos, pero cambiando en ocasiones las formas de las
creencias sociales”, dice.
Igerabide se refiere a símbolos, temas o
arquetipos universales que se repiten desde la Antigüedad en las
historias de tradición oral, como por ejemplo la sal, aquí presente en
el cuento El rey y la sal/Erregea eta gatza. “La sal era antiguamente
una especie de moneda de cambio, era el oro de la Antigüedad; era un
símbolo de la vida que aparece con una fuerza enorme en el Evangelio, en
la Biblia, en culturas como la egipcia y otras muchas... También el
anillo, como símbolo del tiempo cíclico. O las ocas, símbolo de las
pasiones humanas...”, cuenta el escritor guipuzcoano, quien valora muy
positivamente esa transformación natural que van sufriendo estas
historias al ser contadas por cada familia, por cada cultura, de una
manera particular.
“Desaparecen unos detalles y en su lugar
aparecen otros... Por ejemplo, en vez de situar la trama de un cuento
en un castillo medieval, se sitúa en un caserío del siglo XIX; en lugar
de un hada madrina ponen una Virgen cuyo símbolo se corresponde con la
Madre Tierra o bien podríamos poner una Mari (diosa vasca, símbolo de la
vida)... La gente acerca estos cuentos a su cultura, manteniendo los
símbolos pero cambiando sus formas de representación”, apunta, invitando
a “seguir creando tradiciones familiares”.
Igerabide disfruta rescatando estos
cuentos. Al hacerlo, dice, “es como si volviéramos a encender un fuego
que ha estado apagado hace mucho tiempo; entonces, el hogar vuelve a
calentarse, y en este caso vuelven a calentarse los corazones de los
niños que lo escuchan; y también los de los mayores, los de los que
contamos y los de los que escuchamos”.
Consciente de que en este momento la
tradición de este tipo de cuentos está “bastante truncada, prácticamente
muerta”, sí celebra que de alguna manera esté reviviendo en un sitio y
momento muy concreto: “A la vera de la cama de nuestros hijos y nietos.
En la cama los niños siguen pidiendo los cuentos, y ahí es donde la
tradición revive y se transforma de manera natural”.
Las culturas agrarias
Las raíces de este tipo de cuentos -que
en el libro se acompañan de fórmulas de introducciones y finales de
cuentos tradicionales que se suelen usar en euskera y que aquí Igerabide
ha adaptado a cada historia en concreto-, según los investigadores, se
sitúan en la India, en Egipto, en Babilonia, en el momento en que
nacieron las culturas agrarias y se inició la escritura en dichas
sociedades. “Luego han sufrido transformaciones a lo largo de la
Antigüedad y de la Edad Media, se han ido mezclando unos con otros y han
llegado a nosotros a través de las últimas versiones que se han
recogido, que son de finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se
realizó aquí en el País Vasco esa labor de recopilación y
actualización”.
En esas versiones se ha basado él y nos
las ofrece en esta obra ilustrada por Elena Odriozola (Donostia, 1967),
quien ha recurrido a escenas costumbristas de la vida en el campo en la
cultura vasca de ese periodo -finales del XIX, principios del XX-, con
colores saturados, muy vivos. “Tenía que ir a la tradición, pero no
quería hacer las típicas ilustraciones en las que se narrara la trama de
los cuentos. Así que he trasladado detalles de la acción de cada
historia a escenas costumbristas, como una romería, unas fiestas de un
pueblo, un retrato de familia, una boda en el campo... He disfrutado
mucho con este trabajo, que desde el principio me llevó como inspiración
a las ilustraciones de los hermanos Arrúe y Aurelio Arteta”, cuenta
Odriozola, cuyo trabajo califica Igerabide de “mágico y maravilloso” por
muchos motivos pero en especial porque “ha logrado unas ilustraciones
relacionadas con los cuentos pero que no mediatizan la interpretación
imaginativa de la trama por parte del niño”, destaca el escritor.